bigoit.gif (2894 bytes)Organización
Internacional del Trabajo


La Salud y la Seguridad en el Trabajo

EL SIDA Y EL LUGAR DE TRABAJO

Apéndice III.
La estrategia mundial contra el SIDA de la Organización Mundial de la Salud (Serie OMS sobre el SIDA, Nº 11)

1. Introducción
2. Situación mundial del SIDA
3. Los obstáculos por vencer
4. La estrategia mundial contra el SIDA
5. El nuevo desafío del SIDA

1. Introducción

La estrategia mundial de prevención y lucha contra el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), formulada en 1985-1986 y respaldada en 1987 por todas las naciones del mundo, ha constituido el principal marco orientador de la respuesta mundial frente a la pandemia, la cual es orientada y coordinada por la OMS de conformidad con el mandato recibido de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Las premisas en que se apoya la estrategia siguen siendo tan válidas como lo fueron en un principio, pero la pandemia ha evolucionado espectacularmente y con el paso del tiempo se han aprendido provechosas lecciones sobre cómo combatirla. La puesta al día de 1992 tiene en cuenta esta nueva situación.

Los tres objetivos principales de la estrategia son: prevenir la infección por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH); mitigar las repercusiones personales y sociales de dicha infección; y movilizar y unificar los esfuerzos nacionales e internacionales contra el SIDA.

Indiscutiblemente, el primer objetivo es el más importante. La prevención es la única forma de impedir todos los costos humanos, sociales y económicos de la infección por el VIH, que es permanente y, mientras no haya medicamentos curativos, con toda probabilidad acaba causando la muerte. El segundo objetivo exige apoyar y asistir a quienes han sido infectados por el VIH, ya sea que todavía se conserven sanos o que hayan contraído enfermedades vinculadas con la infección, particularmente el SIDA. El apoyo y la asistencia a las personas infectadas por el VIH no sólo es un gesto humanitario, sino que es vital para el éxito de la prevención. De manera semejante, el segundo objetivo apunta a mitigar las repercusiones sociales y económicas del SIDA sobre los amigos y familiares de las personas infectadas por el VIH y sobre la sociedad en su conjunto. El tercer objetivo, que insta a movilizar y unificar todos los esfuerzos, nace directamente de las especiales características de la propia infección y de la naturaleza mundial de la pandemia y de sus repercusiones socioeconómicas. Dada la interdependencia de las naciones, ningún país estará completamente a salvo del SIDA hasta que todos los países lo estén.

La estrategia mundial de prevención y lucha contra el SIDA establece principios rectores firmemente basados en los conocimientos sobre la infección por el VIH y su epidemiología, así como en la experiencia práctica adquirida por los programas de lucha contra el VIH/SIDA y otras enfermedades infecciosas. Muchos provienen de las declaraciones de consenso hechas por las reuniones internacionales de expertos convocadas por el Programa Mundial de la OMS sobre el SIDA, a menudo en coordinación con otros organismos y entidades internacionales. Las declaraciones de consultas internacionales emitidas por la OMS abarcan temas como la transmisión del VIH y la lactancia materna, la lucha contra el SIDA en las prisiones, la infección por el VIH y el SIDA en el lugar de trabajo, el VIH y la prostitución, las pruebas de detección de los viajeros y otras personas, y la transmisión del VIH en los establecimientos sanitarios.

Los principios rectores de la estrategia mundial se aplican a todas las actividades nacionales e internacionales enderezadas a combatir el SIDA, y son valederos para todos los participantes en el esfuerzo mundial contra la pandemia. En particular, la estrategia mundial facilita el marco necesario para que cada programa nacional contra el SIDA fije sus propios objetivos y elija y ponga en práctica los métodos e intervenciones que mejor se adapten a su situación particular.

2. Situación mundial del SIDA

En tan sólo un decenio el SIDA se ha convertido en una pandemia que afecta a millones de hombres, mujeres y niños en todos los continentes. Aunque los primeros casos notificados se produjeron en varones homosexuales de unos cuantos países industrializados, pronto se hizo evidente que se trataba de una epidemia de alcance mucho mayor.

En todo el mundo, las relaciones heterosexuales se han convertido rápidamente en el modo predominante de transmisión del virus. Como resultado, en los países en desarrollo el número de mujeres infectadas ya casi es igual al de los varones, y en los países desarrollados casi se ha igualado la incidencia en uno y otro sexo. La transmisión perinatal, es decir, el paso del VIH de la madre infectada al feto o recién nacido, está mostrando un incremento correlativo. Por una parte, la transmisión homosexual sigue siendo significativa en América del Norte, Australia y Europa septentrional, pero incluso en dichas zonas la transmisión heterosexual es la que ha crecido a ritmo más rápido. La transmisión mediante transfusiones de sangre contaminada prácticamente se ha eliminado en los países industrializados; en los países en desarrollo se están tomando medidas para prevenir las infecciones relacionadas con la transfusión, aunque queda mucho por hacer y los costos son elevados. La transmisión hematógena mediante la compartición de agujas fuera de los establecimientos sanitarios va en aumento en varios grupos de personas que se inyectan drogas, tanto en el mundo en desarrollo como en el desarrollado.

Según cálculos de la OMS, bastante más de 10 millones de niños y adultos en todo el mundo se han infectado con el VIH desde el inicio de la pandemia. Entre ellos, unos 2 millones han contraído el SIDA, etapa tardía de la infección por el VIH que por término medio se presenta a los diez años de ocurrida ésta. La OMS calcula que para el año 2000 el total acumulativo de hombres, mujeres y niños infectados habrá alcanzado entre 30 y 40 millones, de los cuales 12 a 18 millones habrán contraído el SIDA.

Casi el 90% de las infecciones por el VIH y los casos de SIDA previstos para el decenio se producirán en los países en desarrollo. La situación es crítica en el Africa subsahariana, donde actualmente hay más de 7 millones de adultos infectados. En algunos consultorios de atención prenatal hasta un tercio de las embarazadas están infectadas por el VIH, y fuera de las ciudades también se han observado tasas de seropositividad igualmente elevadas. Como consecuencia, la OMS prevé actualmente que para el año 2000 habrán nacido entre 5 y 10 millones de niños infectados por el VIH. A mediados de los años noventa, el incremento previsto de muertes por SIDA entre los niños comenzará a contrarrestar la reducción de la mortalidad lograda por los programas de supervivencia infantil a lo largo de los dos últimos decenios. En los países africanos donde la prevalencia de infección por el VIH ya es elevada, en el año 2000 la esperanza de vida al nacer descenderá efectivamente entre un 5% y un 10 % en vez de aumentar un 20% como se había previsto cuando no había SIDA. En Asia, donde se concentra más de la mitad de la población mundial, el espectacular aumento de la seroprevalencia entre 1987 y 1991 en las zonas del sur y del sureste podría igualar al observado en el Africa subsahariana a principios de los años ochenta, y para mediados o a finales de los noventa se infectarán más asiáticos que africanos. A principios de 1992, se calculaba que América Latina y el Caribe tenían más de 1 millón de adultos infectados por el VIH.

Así pues, las acometidas más recias de la pandemia del SIDA recaen cada vez más en los países en desarrollo. En partes del Africa subsahariana las repercusiones sociales y económicas globales de la pandemia son ahora mismo enormes y van camino de ser incluso más devastadoras. La infraestructura sanitaria y de apoyo social resulta insuficiente frente a la carga que representan los casos clínicos de afecciones relacionadas con el VIH, entre las que sobresale un aumento de la tuberculosis. En algunas ciudades, hasta tres cuartas partes de las camas de hospital están ocupadas por enfermos de SIDA, y el número de casos seguirá aumentado a medida que las personas actualmente infectadas por el VIH pasen de la infección asintomática a la enfermedad. La muerte de millones de adultos jóvenes y de edad madura - entre los que se cuentan miembros de las elites social, económica y política, así como profesionales y profesores del sector sanitario - podría conducir a la desorganización económica e incluso a la agitación política en algunas sociedades. Un número incalculable de niños y ancianos se han quedado sin sostén a causa de la muerte de muchos hombres y mujeres jóvenes. Tan sólo en el Africa subsahariana, para el año 2000 unos 10 millones de niños quedarán huérfanos por la muerte de la madre o de ambos progenitores a causa del SIDA. En la primera década del siglo XXI cabe esperar una situación semejante en Asia, América Latina y otras partes del mundo en desarrollo.

3. Los obstáculos por vencer

A pesar del crecimiento ininterrumpido de la pandemia, la información proporcionada por muchos programas nacionales contra el SIDA permite trazar un cuadro alentador de progreso en la ejecución de la respuesta mundial frente a ella. Cada vez se informa más a la gente sobre cómo proteger a otros de la infección; la provisión de condones se fortalece; las pruebas de detección del VIH en la sangre donada aumentan; y los recursos y el personal para la prevención y asistencia de la infección por el VIH y el SIDA van en constante ascenso.

Sin embargo, los mismos factores que inicialmente atizaron la epidemia siguen obstaculizando la prevención y la asistencia. Entre ellos sobresalen la ignorancia con respecto a la naturaleza de la enfermedad, la negación de la importancia del SIDA para el individuo o la sociedad, y la complacencia o la inacción frente a la magnitud de la pandemia. Todo ello empeora a causa de la continua estigmatización de las personas infectadas por el VIH y las que son consideradas expuestas a contraer la infección; la situación de subordinación social y económica de la mujer; las prácticas tradicionales y culturales que facilitan la transmisión; y la renuencia a hablar francamente de los asuntos sexuales. Como consecuencia, sigue siendo insuficiente el apoyo político de alto nivel a los esfuerzos de prevención y lucha que se necesitan, y los recursos humanos y financieros disponibles son sumamente escasos y no se distribuyen bien. A pesar de su aspecto desalentador, estos obstáculos deben ser allanados urgentemente y con determinación, pues entorpecen todos los objetivos de la estrategia mundial. El éxito definitivo de la estrategia dependerá de que sean superados eficazmente.

4. La estrategia mundial contra el SIDA

Prevenir la infección por el VIH

El SIDA es en esencia una enfermedad de transmisión sexual (ETS) y, por lo tanto, también puede propagarse por intermedio de la sangre y contagiarse de una embarazada infectada al feto o recién nacido. Existen métodos de probada eficacia, que se describen más adelante, para reducir la transmisión por estas tres vías; deben aplicarse ahora mismo, mientras los investigadores biomédicos redoblan sus esfuerzos para elaborar vacunas, pues es poco probable que antes del año 2000 pueda contarse con una vacuna preventiva eficaz y al alcance de todos.

Prevenir la transmisión sexual del VIH

El VIH se propaga principalmente por medio de las relaciones sexuales. Por lo tanto, el comportamiento sexual es el punto donde deben concentrarse las medidas para interrumpir la transmisión. Los primeros 10 años de experiencia con la pandemia del SIDA revelan que este objetivo se ha alcanzado en ciertos ámbitos gracias a la promoción de la conducta sexual sin riesgo, aunque todavía queda mucho por aprender de las investigaciones socioconductuales y epidemiológicas acerca de las intervenciones más eficaces en diferentes medios culturales.

Las medidas para modificar el comportamiento sexual deben tener tres componentes: información y educación, respaldadas por servicios sanitarios y sociales, y un ambiente propicio.

La información y educación sobre cómo evitar contraer o transmitir el VIH debe dirigirse a los individuos que tienen múltiples compañeros sexuales ocasionales y, en consecuencia, corren un elevado riesgo de infectarse. No obstante, como el comportamiento sexual de la mayoría de las personas es un asunto privado, y en algunos casos secreto o incluso tabú, nunca se puede saber exactamente quiénes se exponen o se expondrán a un riesgo particularmente elevado a fin de dirigir los mensajes exclusivamente a ellos. Además, los individuos que quedan expuestos al VIH a causa del comportamiento sexual del cónyuge o compañero regular también necesitan información. Por estas razones, se debe informar e instruir con respecto al SIDA a todos los hombres y mujeres, en especial cómo se transmite y cómo no se transmite el VIH, cómo pueden protegerse ellos mismos y a sus compañeros de la infección, y a dónde pueden recurrir para obtener preservativos y servicios de apoyo (por ejemplo, asesoramiento, pruebas voluntarias y confidenciales para detectar el VIH y tratamiento de otras infecciones transmitidas por vía sexual). Las mujeres deben saber que mediante el coito vaginal es más fácil que se produzca el contagio de hombre a mujer y no a la inversa; de modo parecido, el compañero "receptivo" en la cópula anal o bucal corre mayor riesgo. Dada la temprana edad a que muchos jóvenes comienzan a tener relaciones sexuales, se debe prestar especial atención a la información y la educación de las nuevas generaciones. Los preadolescentes y adolescentes de uno y otro sexo, estén o no en la escuela, deben recibir información clara y apropiada, así como aprender a poner en práctica las medidas preventivas para protegerse de la infección.

La experiencia ha revelado que las personas son más francas al abordar un tema teóricamente tabú cuando comprenden su importancia para la salud. Por consiguiente, los programas para fomentar prácticas sexuales menos peligrosas tienen que ser directos y claros. Deben transmitir el mensaje de que sólo la abstinencia o la fidelidad recíproca perdurable entre dos compañeros sexuales no infectados elimina completamente el riesgo de infección por el VIH y otras enfermedades de transmisión sexual. Por el contrario, el coito (es decir, la penetración anal, vaginal o bucal) expone a ambos compañeros al riesgo, especialmente si no se recurre a la protección del condón. Las personas que tienen múltiples compañeros ocasionales, así como quienes no están seguros de que su compañero regular padezca o no la infección, necesitan enterarse de que pueden disminuir el riesgo de infección por el VIH si evitan la penetración o si practican el coito utilizando regular y correctamente condones de látex. Además de prevenir la infección por el VIH y otras enfermedades de transmisión sexual, los preservativos son importantes para la anticoncepción y pueden ser útiles para conseguir ambas finalidades.

Las intervenciones preventivas tienen más probabilidades de dar buen resultado si se amoldan a las pautas y tradiciones socioculturales existentes. De esta manera, los padres, los maestros, los líderes tradicionales, religiosos y de otro tipo en la comunidad deben cumplir la importante función de reforzar los valores y las prácticas tradicionales favorables a la salud. De manera análoga, como las comunidades son la fuerza impulsora de la modificación de las normas sociales, cualquier práctica local que exponga a la gente a la infección por el VIH debe ser analizada con los líderes de la comunidad y los custodios de las tradiciones para que éstos puedan fomentar normas más acordes con la prevención del SIDA. La experiencia también señala la importancia de la educación impartida por los homólogos, según la cual una persona que goza de la confianza de sus iguales transmite a éstos mensajes y conocimientos prácticos sobre prevención, en vez de un educador ajeno al grupo. Esta educación impartida por miembros del grupo es particularmente importante en los programas dirigidos a las prostitutas, los varones que mantienen relaciones sexuales con otros varones, los individuos que se inyectan drogas y otros grupos, a menudo marginados de la sociedad. Pero también puede aplicarse en otros ámbitos, como los lugares de trabajo. Los individuos que se encuentran en riesgo son eficaces educadores de sus iguales, y las personas infectadas por el VIH o con SIDA son portadores particularmente fidedignos de mensajes preventivos.

Los servicios sanitarios y sociales son el segundo elemento clave para prevenir la transmisión sexual. Resultan indispensables para detectar y tratar las enfermedades de transmisión sexual ya que éstas, si no se tratan, aumentan considerablemente el riesgo de transmisión del VIH. Por medio de personal sanitario adiestrado deben facilitarse servicios de diagnóstico temprano y tratamiento oportuno con medicamentos apropiados, y hay que impulsar de todas las formas posibles la utilización voluntaria de los servicios de ETS. Al mismo tiempo, es preciso realizar investigaciones para encontrar mejores formas de diagnosticar las enfermedades de transmisión sexual en la mujer, que a menudo no presenta síntomas de infección y por tanto no es consciente de la necesidad de buscar atención.

Asimismo, los servicios sanitarios y sociales pueden facilitar educación sobre el SIDA, asesoramiento y pruebas voluntarias de detección del VIH. Aunque las campañas masivas de información y la educación de determinados grupos ayudan a algunas personas a modificar sus prácticas sexuales, otras necesitan una forma de comunicación y apoyo más personal para lograr una modificación conductual sostenida que las proteja y rompa la cadena potencial de transmisión. Es importante proveer un espacio personal y enteramente confidencial para que la persona que incurre en el comportamiento de alto riesgo, la gente que solicita pruebas voluntarias de detección del VIH, los individuos infectados por el VIH y sus familias, y los grupos pequeños puedan obtener información, comprensión y apoyo para modificar su comportamiento. Los prestadores tradicionales de asistencia médica pueden constituir un valioso recurso para este tipo de apoyo.

Todo contacto con los servicios sanitarios debe considerarse como una oportunidad en potencia para informar a la gente sobre el VIH. Por ejemplo, las personas que solicitan asistencia sanitaria para otras enfermedades de transmisión sexual, además de que tienen el riesgo elevado de contraer la infección por el VIH, en esos momentos son particularmente receptivas a la educación para reducir el riesgo. Otras oportunidades clave para transmitir información y educación que no deben desaprovecharse son las visitas a los consultores de salud maternoinfantil/planificación familiar por mujeres en edad fecunda, quienes a menudo son vulnerables a la infección por el VIH como consecuencia de su situación social desfavorable.

Un entorno propicio es vital para el éxito de los programas para prevenir la transmisión sexual del VIH. La experiencia ha demostrado que los individuos tienen más probabilidades de adoptar prácticas sexuales no peligrosas cuando éstas son percibidas como la norma que prevalece en el grupo de sus iguales o en la comunidad. Por consiguiente, es crucial alentar la adopción, la readopción o el mantenimiento de normas sociales protectoras, tales como la fidelidad mutua, la responsabilidad moral de no poner en peligro a otros, y el uso apropiado de preservativos. Un entorno social propicio para los programas preventivos también exige que no haya barreras legales o de otro tipo para la divulgación de mensajes francos e informativos sobre higiene sexual (por ejemplo, leyes que prohíban la promoción de condones) ni tampoco obstáculos para que la gente reciba dichos mensajes y actúe en consecuencia (por ejemplo, la aplicación de leyes contra las relaciones sexuales mutuamente voluntarias entre varones adultos).

Por último, se requiere lograr que la gente apoye firmemente los programas racionales y humanitarios contra el SIDA que no sean infamantes o discriminatorios de las personas comprobada o presuntamente infectadas por el VIH o aquejadas de SIDA. Las pruebas de detección obligatorias y la detención de estas personas no sólo van en contra de los derechos y la dignidad humanos, sino que ponen en peligro la salud y el bienestar públicos por tres razones al menos. En primer lugar, propician un comportamiento evasivo de quienes saben o sospechan que están infectados por el VIH, lo cual dificulta que las autoridades sanitarias vigilen la situación del VIH/SIDA y transmitan información precisamente a las personas que corren el mayor riesgo de contraer o transmitir la infección. En segundo lugar, privan a los programas de prevención del SIDA de valiosos aliados que podrían ocuparse de educar a sus iguales. Por último, cualquier intento por aislar y confinar a las personas infectadas, que nunca podrá ser completamente eficaz, hace caer al común de la gente en una falsa sensación de seguridad.

Un entorno económico propicio también es crucial para la prevención. Evidentemente, la pobreza impone graves restricciones en materia de recursos e infraestructura de los programas de prevención del SIDA. En un sentido más amplio, la pobreza hace vulnerables al SIDA a comunidades enteras al obligar a los hombres a dejar a sus familias para ir en busca de trabajo, al hacer que el desaliento obligue a la gente a buscar solaz en las drogas, o al hacer que la prostitución represente un recurso de supervivencia para las mujeres y los niños. En estas circunstancias, el SIDA viene a cerrar el círculo vicioso al hacer aún más pobres a las comunidades.

En teoría, la transmisión sexual exige la participación activa de ambos compañeros y, por lo tanto, cualquiera de ellos podría prevenirla. Sin embargo, realidades sociales y económicas como la pobreza, la falta de instrucción y la situación de subordinación social, pueden determinar que ciertos individuos tengan escaso poder o albedrío para negarse a mantener relaciones sexuales o exigir el uso del preservativo. Las mujeres en particular tienden a presentar un riesgo más elevado de contraer la infección por el VIH mediante relaciones sexuales practicadas por razones de supervivencia económica o impuestas por los varones dentro o fuera del matrimonio. A la larga, la prevención de la infección femenina por el VIH exigirá la habilitación individual y social de las mujeres y el mejoramiento de su situación económica y social a fin de que tengan mayor influencia en la toma de las decisiones de carácter sexual tanto propias como de la pareja, así como la capacidad de obtener ingresos sin exponerse a la infección.

Entretanto, se debe brindar todo el apoyo posible a los grupos femeninos y a los mecanismos nacionales para el mejoramiento de la mujer a fin de que todas las mujeres, con independencia de su grado de alfabetización, reciban información sobre los riesgos por el VIH y ayuda para protegerse. Ya se ha mencionado la gran importancia de aprovechar todo contacto con los servicios sanitarios como una oportunidad para brindar información y apoyo a las mujeres. Al mismo tiempo, se necesitan esfuerzos para exhortar a los varones a proteger a su compañera y a sus hijos del SIDA mediante un comportamiento sexual no peligroso. Simultáneamente, deben efectuarse investigaciones para obtener métodos preventivos eficaces que puedan ser controlados por la mujer, como los virucidas vaginales, o los preservativos femeninos.

Prevenir la transmisión hematógena del VIH

La transmisión hematógena puede producirse siempre que la sangre infectada con el VIH procedente de una persona ingresa en el torrente sanguíneo de otra, como sucede cuando se transfunde sangre o hemoderivados; cuando se transplantan órganos; cuando el material quirúrgico o el utilizado para inyecciones y procedimientos invasores se vuelve a utilizar sin la debida esterilización en los establecimientos sanitarios; y cuando los consumidores de drogas comparten equipo de inyección sin esterilizar.

La transmisión del VIH mediante transfusiones de sangre puede prevenirse por medio del uso racional de sangre y hemoderivados que no entrañen peligro. El riesgo de contraer la infección mediante una sola transfusión de sangre contaminada es mayor del 90%, y en todo el mundo la transmisión por esta vía representa entre el 3% y el 5% de las infecciones por el VIH. En cada país se elegirán con cuidado las intervenciones y actividades enderezadas a limitar este tipo de propagación, dependiendo de su rentabilidad, los recursos disponibles y la importancia relativa de esta vía de transmisión, sin olvidar que los programas de seguridad hematológica ayudan a también a prevenir otras enfermedades transmitidas por la sangre, como la hepatitis. La prevención de la transmisión del VIH por esta vía entraña atraer donantes de sangre voluntarios y no remunerados en forma regular para garantizar un suministro de sangre sin riesgo; facilitar a los donantes asesoramiento previo a las pruebas de detección y remisión ulterior según sea necesario; practicar pruebas de detección del VIH en la sangre donada antes de transfundirla; adiestrar al personal de los servicios de transfusión en los procedimientos correctos, particularmente las técnicas para obtener hemoderivados sin riesgo; y educar a los prescriptores de sangred y sus derivados a fin de reducir las transfusiones innecesarias. Garantizar la seguridad hematológica es una intervención bastante costosa, pero en muchos países en desarrollo se han hecho ya grandes inversiones que es preciso sostener. Al mismo tiempo, es necesario formular directrices prácticas para limitar la utilización de transfusiones y hay que obtener pruebas sencillas y baratas para facilitar la detección del VIH en la sangre donada.

Las personas que se inyectan drogas contraen y transmiten el VIH al compartir agujas y otro material de inyección sin esterilizar, pero también por conducto de las relaciones sexuales. Habida cuenta de los múltiples riesgos sanitarios y las consecuencias sociales de inyectarse drogas - y la infección por el VIH es sólo una de ellas -, una meta importante debe ser reducir la demanda de drogas psicoactivas; pero un objetivo más inmediato será disminuir el consumo de drogas inyectables. En algunos países las campañas educativas se han reforzado mediante la distribución de agujas limpias, lo cual ha disminuido la compartición de éstas sin que se produjera un aumento mensurable del consumo de drogas. En los países en donde no se puede actuar de esta manera, se hará hincapié en enseñar a las personas que se inyectan drogas cómo limpiar el equipo y en garantizar la provisión segura de soluciones desinfectantes como la lejía. Al mismo tiempo, deben tomarse medidas para ayudar a estas personas a prevenir la transmisión sexual entre ellas mismas y a otras ajenas a este grupo. Como en el caso de la transmisión sexual, la prevención de la transmisión hematógena entre los consumidores de drogas exige más investigaciones para encontrar formas más eficaces de alentar el cambio de comportamiento.

Los programas que pretenden reducir la transmisión hematógena y sexual del VIH entre los consumidores de drogas no darán buenos resultados si se limitan a proporcionar información y educación. Son igualmente imprescindibles los otros dos componentes de la prevención: servicios sanitarios y sociales. También lo es un entorno social y económico propicio que aumente al máximo la oferta de programas de tratamiento de las toxicomanías para los individuos que desean dejar de consumir drogas, fomente normas higiénicas entre los consumidores de éstas, y reduzca al mínimo la represión legal, el estigma y la marginación social.

La prevención de la transmisión del VIH en los establecimientos sanitarios depende de que se preste meticulosa atención a los métodos para combatir infecciones, en particular la esterilización apropiada del instrumental quirúrgico y del material para inyecciones y otros procedimientos invasores. El concepto fundamental será el de las "precauciones universales"; es decir, el personal sanitario y de laboratorio que manipule sangre, aplique inyecciones, efectúe intervenciones quirúrgicas o practique cualquier otro procedimiento invasor, dará por sentado que toda la sangre es infecciosa en potencia, en vez de intentar identificar a los pacientes "de alto riesgo" para manipular las muestras de éstos en consonancia. Esto exigirá adiestrar a todo el personal sanitario, inclusive los curanderos y las parteras tradicionales, en los métodos ordinarios basados en la "precauciones universales", así como la provisión prioritaria del material protector necesario, por ejemplo, equipos de esterilización para odontología y guantes para la partería y la cirugía.

Prevenir la transmisión perinatal del VIH

La mayor parte de las infecciones por VIH en las mujeres en edad fecunda se transmiten por vía sexual; por lo tanto, prevenir la transmisión sexual del VIH a las mujeres es, por amplio margen, el mejor modo de prevenir el contagio de madre a hijo.

La prevención secundaria de la transmisión perinatal depende actualmente de que las mujeres infectadas por el VIH eviten tener hijos. Sin embargo, la mayoría de las mujeres seropositivas no saben que están infectadas. Por otra parte, la mujer que sospecha o sabe con certeza que está infectada por el VIH debe decidir si tiene o no hijos, lo cual es un asunto complejo y penoso que entraña multitud de consideraciones. Entre otras cosas, la mujer debe sobrepesar el riesgo de que el niño muera de SIDA (entre el 20% y el 30% de las criaturas nacidas de mujeres infectadas por el VIH están infectadas ellas mismas, y el 80% mueren antes de los 5 años) frente a las perspectivas globales de que sobreviva; analizar las consecuencias de una orfandad inevitable incluso si el niño no se infecta; y tener en cuenta, en oposición a lo anterior, los enormes costos psicológicos, sociales y frecuentemente económicos que acarrea el no tener hijos. En todas partes se debe proporcionar a las mujeres asesoramiento voluntario, métodos anticonceptivos y otros servicios de regulación de la fecundidad como parte de los servicios sanitarios y el entorno propicio necesarios para prevenir la transmisión perinatal. De modo análogo, hay que facilitar apoyo sanitario y social a las mujeres que decidan tener hijos a pesar de los riesgos. Hacen falta investigaciones para evaluar los efectos de los actuales métodos de asesoramiento de las parejas y las mujeres en edad fecunda, así como encontrar formas de mejorar esos efectos mediante métodos alternativos, por ejemplo, recurriendo a líderes religiosos y curanderos.

A largo plazo, las investigaciones biomédicas deberán concentrarse en la obtención de "vacunas perinatales" y otros medios, como los medicamentos, de prevenir que la madre infectada por el VIH contagie al feto o recién nacido.

Mitigar las repercusiones personales y sociales de la infección por el VIH y el SIDA

En los próximos años, a medida que aumente el número de personas infectadas por el VIH que contraen enfermedades relacionadas con éste, la credibilidad de los programas contra el SIDA dependerá en gran parte de la asistencia que brinden, en particular, de la mitigación del sufrimiento físico y psíquico. También exigirán mayor atención las repercusiones de la mala salud sobre la familia, la comunidad y la sociedad.

Asistencia, incluidos el asesoramiento y el tratamiento clínico

A nivel de la comunidad desaparece por completo la distinción entre actividades preventivas y asistenciales. Asistir a las personas infectadas por el VIH o enfermas de SIDA se torna inseparable de la educación sobre el modo como el virus se transmite y no se transmite: por ejemplo, para estimular a las familias y las comunidades a hacerse cargo de los miembros infectados por el VIH en vez de abandonarlos por temor al contagio. Si las personas infectadas reciben asesoramiento y asistencia clínica de apoyo, será más probable que adopten precauciones para no infectar a sus compañeros sexuales. Gracias a la asistencia y el apoyo apropiados, las personas infectadas por el VIH pueden llevar una vida útil y productiva durante años, siempre y cuando se proteja su dignidad.

Por todas estas razones, el mundo debe afanarse por conseguir que la asistencia humanitaria - de una calidad por lo menos igual a la correspondiente a otras enfermedades - esté al alcance de todos los niños y adultos infectados por el VIH. Los servicios será apropiados, accesibles y continuos; además, tendrán que ser aceptables, es decir, responder a las necesidades percibidas por los propios pacientes. Como mínimo, la asistencia clínica incluirá mitigación del dolor y tratamiento de las infecciones oportunistas comunes, lo cual exige personal sanitario debidamente adiestrado y un suministro seguro de medicamentos esenciales, en particular antibióticos para tratar la epidemia paralela de tuberculosis entre las personas infectadas por el VIH. Con todo, la asistencia entraña algo más que el tratamiento médico. Las personas infectadas por el VIH necesitan comprensión y compasión para aprovechar al máximo la reserva de salud que les queda y para evitar infectar a otros. Por lo tanto, el asesoramiento es un componente igualmente esencial de la asistencia. Además, los familiares y amigos son el apoyo principal de las personas infectadas y deben a su vez ser apoyadas por la comunidad para cumplir esa función.

Las personas infectadas por el VIH sufren episodios repetidos de enfermedad y deterioro que exigen tratamiento clínico, incluso hospitalización ocasional. Hasta donde ello sea posible, serán asistidos en casa o en forma ambulatoria. Para facilitar una atención completa de esta clase, que exige adiestramiento y apoyo a los familiares y otros asistentes domiciliarios, las comunidades precisan tener como base un centro de atención primaria o un establecimiento ambulatorio semejante. A su vez, esa base se vinculará con un hospital que proporcione asistencia de enfermería eficiente y atención de especialistas de plantilla o consultores. Es indispensable que exista una comunicación eficaz y un buen sistema de envío de pacientes entre el hogar, el centro de salud de la comunidad y el hospital.También es decisivo el suministro de medicamentos esenciales por lo menos para el tratamiento sintomático, en especial para mitigar el dolor, sin los cuales no es razonable esperar que las familias faciliten atención domiciliaria.

Así pues, la atención de las personas infectadas con el VIH o aquejadas de SIDA exige un colosal apoyo financiero, logístico y organizativo, especialmente en los países en desarrollo. También requiere los mayores esfuerzos de los científicos sociales, de la conducta y biomédicos. Los fármacos disponibles para tratar las infecciones vinculadas con el VIH se proveerán y distribuirán según sea necesario, junto con pautas claras para su empleo; simultáneamente, habrá que obtener nuevos medicamentos inocuos y eficaces contra dichas afecciones, y contra el propio virus. Asimismo, será preciso emprender estudios para encontrar formas asequibles y viables de proveer asistencia clínica básica, en particular la evaluación de diferentes modelos asistenciales dentro del proceso continuo hogar-hospital. Hacen falta investigaciones sociales sobre los determinantes de los mecanismos adaptativos de las personas infectadas y sobre los métodos de asesoramiento de determinados grupos y de la comunidad en general.

El apoyo social y económico a los pacientes y sus familias

El SIDA amenaza en especial a los países en desarrollo y a los grupos pobres y marginados de los países industrializados, lo cual empeora su pobreza y marginación. Además, incapacita a la gente precisamente en la edad en que más necesaria resulta para el sostén de los jóvenes y ancianos. Así pues, son enormes las repercusiones negativas sobre las familias con uno o varios miembros infectados por el VIH, situación que empeora a causa de la frecuente estigmatización de las personas infectadas por el VIH o enfermas de SIDA.

La pandemia impone una doble carga a las mujeres. A causa de su situación de subordinación, éstas son de por sí más vulnerables a la infección por el VIH; además, la pandemia de SIDA afecta a su función de proveedoras de asistencia en la familia y en la comunidad. De esta manera, además de sus exigentes tareas dentro y fuera de la familia, se espera que las mujeres se hagan cargo del marido, los niños y otros miembros de la familia con enfermedades relacionadas con el VIH. Las que no proveen el principal apoyo económico de la familia se ven obligadas a asumir también esta responsabilidad cuando su compañero enferma y muere de SIDA. La carga es incluso más gravosa para las mujeres solas que padecen enfermedades relacionadas con el VIH. Resta por aclarar en qué grado las exigencias asistenciales del SIDA ponen en peligro la situación sanitaria y económica de la familia en su conjunto.

Se precisan medidas e investigaciones inmediatas para aminorar las repercusiones del SIDA sobre los individuos afectados y sus familias. En los países donde existen programas de seguridad social y de seguro médico, la cobertura proporcionada a las personas infectadas por el VIH o enfermas de SIDA debe ser por lo menos igual a la que se brinda a quienes padecen otras enfermedades. Lo mismo en los países en desarrollo que en los industrializados, con frecuencia las comunidades son el sostén principal de las personas infectadas y su familia, de manera que hay que redoblar esfuerzos por apoyar las fuerzas potenciales favorables a la salud, entre ellas los líderes comunitarios y religiosos, los maestros, los asistentes sociales y el personal sanitario. Además de fortalecer los mecanismos comunitarios tradicionales para hacer frente a la enfermedad, se identificarán nuevos mecanismos dentro del sector sanitario formal e informal. Las cooperativas de mujeres, los grupos que trabajan con poblaciones socialmente marginadas y las organizaciones no gubernamentales son parte esencial del esfuerzo comunitario y exigen el máximo fortalecimiento. El apoyo es particularmente vital para las organizaciones locales que llevan a cabo actividades de prevención y asistencia del SIDA; es común que entre su personal haya individuos infectados por el VIH, lo que confiere a su trabajo un conocimiento y una motivación sin paralelo. Hay que encontrar formas de reproducir a escala nacional los buenos resultados de organizaciones como éstas y de otros grupos comunitarios que facilitan apoyo social, psicológico y económico a las personas infectadas por el VIH o aquejadas por el SIDA y a sus familias.

A medida que las familias nucleares y extensas sean afectadas por el SIDA, los mecanismos ordinarios de asistencia de los huérfanos tendrán que complementarse con hogares adoptivos proporcionados por la comunidad, guarderías infantiles y una función más "paternal" de las escuelas. Otra opción son las asociaciones/cooperativas de las aldeas a las que los padres se afilian como preparación para la orfandad de sus hijos, y recurrir a las instituciones religiosas y filantrópicas para proteger las propiedades de los huérfanos y crear un clima protector para éstos y los viudos. La experiencia ha revelado que los hermanos huérfanos tienen más probabilidades de salir adelante si se los mantiene juntos, y que los niños que quedan huérfanos por culpa del SIDA no deben ser singularizados de manera que se los separe de otros huérfanos o del resto de la comunidad. La planificación del apoyo comunitario para los huérfanos se hará en paralelo con persistentes esfuerzos por superar el miedo irracional a la infección, el estigma de las personas infectadas, y las leyes y prácticas que propician la explotación de sus deudos.

Aminorar los efectos socioeconómicos del SIDA

Los efectos socioeconómicos del SIDA sobre el conjunto de la sociedad son ahora mismo enormes en muchos países y van camino de aumentar considerablemente en los próximos años. Entre los efectos económicos directos e indirectos sobresalen el gran crecimiento de los gastos en atención sanitaria; la merma de los recursos asistenciales, en particular hospitales, medicamentos y personal; la mortandad entre la fuerza de trabajo (pérdida de producción y productividad en todos los sectores de la economía, con inclusión de la fuerza de trabajo femenina dentro y fuera del hogar); pérdida de las inversiones efectuadas en la formación de mano de obra calificada y profesionales; reducción del número de consumidores y el poder adquisitivo; y mengua de los ingresos por concepto de turismo. En los países en desarrollo bien podría producirse desintegración social e incluso agitación política. Los huérfanos del SIDA pasarán a engrosar las filas de los niños callejeros, cuyo número se estima actualmente en 100 millones, y de esta manera crecerá el contingente de jóvenes vulnerables a la infección por el VIH.

En suma, la pandemia amenaza a la estructura misma de la sociedad. Es vital planificar ahora para evitar estos acontecimientos. Todos los sectores de la economía, lo mismo públicos que privados, y todas las naciones deben participar en el esfuerzo, pues domeñar la epidemia es en interés de todos. Para conseguir que la planificación se base en datos sólidos, es esencial proseguir las investigaciones. Hay que cuantificar las consecuencias económicas del SIDA sobre cada sector - agricultura y ganadería, industria, educación, turismo, etc. -, así como evaluar las repercusiones sociales y sanitarias de factores tales como la muerte de millones de mujeres cuya responsabilidad principal era velar por la salud y el bienestar de su familia. Las investigaciones se concentrarán en las interrelaciones de la pandemia con el desarrollo global y también en sus efectos sobre el sistema de asistencia sanitaria, incluidas sus variantes formal e informal.

Movilizar y unificar los esfuerzos nacionales e internacionales

Históricamente, la acción mundial contra el SIDA ha pasado por cuatro fases: de silencio, de descubrimiento, de movilización y de consolidación.

El primer período, que comenzó a mediados de los años setenta, fue la época de la "pandemia silenciosa", durante el cual el VIH se propagó en forma inadvertida a casi todos los continentes. La descripción del SIDA en 1981 puso fin a la etapa de silencio y sobrevino entonces la de descubrimiento, durante la cual se definieron los modos de transmisión y se descubrió el virus de la inmunodeficiencia humana. Como resultado, la capacidad de diagnosticar la infección condujo al descubrimiento de gran número de personas ya infectadas y a la identificación del prologando período de latencia entre la infección y la enfermedad franca.

Inmediatamente después de celebrarse la Primera Conferencia Internacional sobre el SIDA, en 1985, un grupo de científicos y profesionales de la salud se reunieron bajo los auspicios de la OMS y prepararon el escenario del tercer período: la movilización mundial contra el SIDA. Para apreciar la trascendencia de ésta, se debe recordar que era una época de incertidumbre, ignorancia y vacilaciones de parte de los países afectados por el SIDA y de la comunidad donante internacional. La situación exigía actuar en forma urgente y concertada. Habida cuenta de su función constitucional, la OMS recogió el desafío y formuló la estrategia mundial de prevención y lucha contra el SIDA, que fue la base de las actividades mundiales iniciales contra éste.

La estrategia mundial fue examinada, enmendada y ampliamente debatida en 1986. Asimismo, fue unánimemente aprobada y adoptada como la base de la acción mundial por la 40ª Asamblea Mundial de la Salud (mayo de 1987), la Cumbre de Venecia de Jefes de Estado y de Gobierno (junio de 1987), la Asamblea General de las Naciones Unidas (octubre de 1987) y la Cumbre Mundial de Ministros de Salud sobre Programas de Prevención del SIDA (Londres, enero de 1988). Se movilizaron los recursos humanos y financieros necesarios para comenzar a aplicar esta estrategia y la caótica ansiedad de 1985 dio paso al trabajo organizado, determinado y cada vez más poderoso de la prevención y lucha nacional e internacional contra el SIDA.

Se ha iniciado un nuevo período: la fase de consolidación. Ya antes de 1992 la gran mayoría de los países habían empezado a aplicar programas nacionales contra el SIDA, en muchos casos con el apoyo financiero de organismos de asistencia bilateral, organizaciones intergubernamentales y fuentes privadas y otras de carácter no gubernamental. A medida que se ponen de manifiesto las trascendentales repercusiones de la pandemia, aumenta sin cesar el número de socios que desean participar en la iniciativa mundial. El trabajo de todos ellos debe unificarse para conseguir una respuesta coherente frente a los desafíos del SIDA, tanto los ya conocidos como los nuevos, según se describe enseguida.

Vencer la tentación de no reconocer la magnitud de la pandemia

Uno de los obstáculos más comunes y formidables que enfrentan los programas contra el SIDA es la negación oficial de la existencia de la infección por el VIH en un país, así como la autosatisfacción con respecto a su actividad presente y futura. Evidentemente, dichos programas no pueden ser eficaces si no cuentan con el apoyo político del más alto nivel. Aunque falta mucho por aprender sobre las formas más eficaces de superar esa actitud negativa de los gobiernos, algunos métodos que han resultado útiles son las investigaciones epidemiológicas y socioconductuales que demuestran la existencia dentro de un país determinado de prácticas sexuales y otros factores (por ejemplo, una elevada tasa de otras enfermedades de transmisión sexual) que propician la propagación del VIH; visitas de líderes gubernamentales a países gravemente afectados; encuestas de seroprevalencia para documentar las tasas de infección por el VIH en muestras de población; proyecciones sobre el aumento de las infecciones por el VIH y los casos de SIDA en el país; y estimaciones de las consecuencias sociales y económicas de la pandemia.

La actitud negativa y el exceso de confianza del público general son obstáculos igualmente formidables, pues impiden que los individuos reconozcan que ellos mismos o sus seres queridos podrían estar directamente en riesgo o incluso resultar afectados indirectamente por las consecuencias de la pandemia. En algunos países, el que ciertas personas famosas reconozcan en público que ellas mismas o algún miembro de su familia padecen el SIDA ha ayudado a superar la negación. Los medios de comunicación han desempeñado también un papel clave en la concienciación del público con respecto al riesgo de infección por el VIH, ofreciendo información reiterada sobre cómo disminuir este riesgo y a dónde acudir en demanda de ayuda, y poniendo de relieve las medidas preventivas y asistenciales del SIDA.

Contrarrestar la estigmatización y la discriminación

Para combatir eficazmente el SIDA, las sociedades deben aplicar sólidos principios de salud pública y no caer en la búsqueda de chivos expiatorios, el estigma o la discriminación de las personas infectadas por el VIH con la vana esperanza de reducir así la pandemia. En el caso del VIH/SIDA, estas reacciones irracionales nacen a menudo de la ignorancia con respecto a las vías de transmisión, el miedo al SIDA como enfermedad mortal y el estigma que comporta una infección transmitida principalmente por vía sexual. Es crucial combatir estas reacciones mediante la presión nacional e internacional.

Todos los sectores de la sociedad, en particular los medios de comunicación, tienen la responsabilidad de explicar en términos sencillos y comprensibles para todo el mundo que el contacto social ordinario no entraña riesgo alguno de contraer la infección por el VIH - ni ninguna otra enfermedad de transmisión sexual -, de ahí que desde el punto de vista de la salud pública no se justifiquen el aislamiento, la cuarentena ni otras medidas discriminatorias basadas exclusivamente en la infección de una persona por el VIH. Evitar la discriminación no es sólo un imperativo de los derechos humanos sino también una estrategia sólidamente apoyada en razones técnicas para conseguir que las personas infectadas no se vean empujadas hacia la clandestinidad, fuera del alcance de los programas educativos y sin posibilidad de que puedan actuar como portadores fidedignos de mensajes sobre la prevención del SIDA dirigidos a sus iguales. Todo intento por aislar, someter a detección y confinar a las personas infectadas es peligroso además por otra razón: aunque jamás podrá ser completamente eficaz, crea la ilusión de que se ha separado a todas las personas infectadas y que, por lo tanto, ya no son necesarias las precauciones contra la transmisión sexual del VIH.

Amplio compromiso multisectorial

El SIDA no es sólo un problema sanitario sino también un asunto social, económico y de desarrollo. Por consiguiente debe ser abordado por todas las partes interesadas en dominarlo, entre las que sobresalen el sector sanitario, los sectores prioritarios que dependen de los recursos humanos (la industria, la agricultura y ganadería, la minería, el turismo), otros sectores sociales (planificación, hacienda, educación, información, trabajo, justicia, servicios sociales), los cuerpos legislativos, el sector privado, las organizaciones filantrópicas y religiosas, y los medios de información. La coordinación de esta respuesta multidisciplinaria y multisectorial de amplia base competerá a los gobiernos, en colaboración las organizaciones internacionales.

Organizaciones no gubernamentales y basadas en la comunidad

Las organizaciones no gubernamentales, en especial las asociaciones filantrópicas basadas en la comunidad, pueden cumplir una función vital promoviendo prácticas sexuales menos peligrosas y brindando apoyo a las personas afectadas por el VIH/SIDA. Su fortaleza particular radica en su acceso a los individuos y las comunidades y en su credibilidad, sin la cual es muy difícil lograr y mantener el cambio de comportamiento. En este sentido, las agrupaciones de personas infectadas por el VIH o aquejadas de SIDA son dueñas de extraordinario crédito. Las organizaciones no gubernamentales ocupan una situación ventajosa para combatir la complacencia, la negación, el estigma y la discriminación. Es más probable que las que tienen raíces en la comunidad reaccionen mejor a las necesidades de ésta, se muestren flexibles y sean conscientes de las peculiaridades religiosas y culturales, cualidades que vienen a complementar los puntos fuertes de las entidades gubernamentales. En consecuencia, es esencial que todas las partes pertinentes, sean gubernamentales, intergubernamentales o no gubernamentales, se asocien para conseguir la participación efectiva de las organizaciones orientadas hacia la comunidad que ya están trabajando contra el SIDA o que tienen posibilidades de hacerlo. Esto debe incluir su participación en la formulación, la ejecución y el examen de los programas y las actividades en los planos local, nacional, regional y mundial. Para que den buen resultado, dichas relaciones de trabajo se basarán en el respeto recíproco entre los asociados independientes. En el ámbito nacional, hay que hacer gran hincapié en mejorar la capacidad gestorial y técnica de los grupos comunitarios en las esferas de la prevención, la asistencia y la promoción.

Coordinación internacional de las investigaciones

La coordinación internacional de las investigaciones sobre el VIH/SIDA es importantísima para crear una atmósfera que invite a compartir la información y las experiencias, lo cual ayudará a acelerar el progreso científico; apresurar la obtención de métodos y técnicas apropiados para los países en desarrollo, sin olvidar la capacitación y la transferencia de tecnología; y conseguir que los frutos de las investigaciones biomédicas y de otro tipo sean asequibles a los países en desarrollo.

A la fecha, la mayor parte de las investigaciones clínicas, epidemiológicas y socioconductuales se han llevado a cabo en los países industrializados, donde los varones predominan en el grupo de personas afectadas por el VIH/SIDA y, por esto mismo, entre los sujetos de estudio de las investigaciones. Como consecuencia, existen grandes lagunas en los conocimientos sobre el SIDA en las mujeres. Es esencial determinar, por ejemplo, si las enfermedades relacionadas con el VIH en la mujer presentan la misma progresión y se caracterizan por las mismas infecciones oportunistas que en los varones.En un sentido más general, la investigación necesita concentrarse en la doble repercusión de la pandemia del SIDA en las mujeres, como personas infectadas y como proveedoras de asistencia, así como en los complejos vínculos existentes entre la vulnerabilidad personal de la mujer a la infección y su situación social. En todos los estudios concernientes al SIDA es preciso que las mujeres participen activamente como investigadoras al lado de los hombres.

Satisfacción de las necesidades financieras mundiales

El estupendo aumento de los recursos financieros externos necesarios en todo el mundo para la prevención y asistencia del SIDA obedece al número creciente de países afectados por la epidemia, al aumento sostenido de la prevalencia de la infección dentro de cada país, a la carga cada día mayor de los trastornos de la salud entre las personas infectadas por el VIH a medida que evolucionan hacia el SIDA, y a los costos indirectos para los sectores clave de la economía.

Si el SIDA estuviese circunscrito a las naciones industrializadas, las repercusiones financieras serían bastante graves. Sin embargo, la carga más pesada de la pandemia se está desplazando cada vez con más claridad hacia los países en desarrollo, que en el año 2000 representarán el 90% de todas las infecciones por el VIH y con el tiempo tendrán asimismo el 90% o más de los casos de SIDA. De esta manera, a las necesidades de programas preventivos más amplios se agregarán una demanda adicional sobre sistemas asistenciales que ahora mismo se encuentran al borde del colapso, e incontables costos para la sociedad en general.

A la fecha los países en desarrollo han manifestado gran determinación para atender muchas de esas necesidades, pero necesitan atraer mayor voluntad política para conseguir que los recursos nacionales destinados a la lucha contra el SIDA sean acordes con la urgencia de la situación. No obstante, aun si en condiciones ideales se desviaran recursos de otros sectores, como los gastos militares, los países en desarrollo - abrumados por un gran endeudamiento, inestabilidad política, guerras, hambruna y enfermedades endémicas, y por eso mismo más vulnerables al SIDA - no podrán atender las necesidades de financiamiento relacionadas con el SIDA que sobrevendrán en el decenio próximo. Se impone entonces la solidaridad y el apoyo a escala mundial de las naciones más prósperas, bien sea mediante ayuda directa o por intermedio de los organismos internacionales. En vista de las repercusiones de la pandemia sobre el sistema de asistencia sanitaria de los países en desarrollo, ese apoyo deberá añadirse al que ya se ha proporcionado al sector de la salud. A pesar de todo, los costos sanitarios de la pandemia representan apenas una fracción de los costos reales totales. Resulta crucial que los donantes acrecienten la asistencia para el desarrollo general, no sólo para mitigar las repercusiones de la pandemia sobre todos los sectores de la economía, sino también para disminuir la pobreza que torna a los países más vulnerables a la propagación del VIH. Asimismo, habida cuenta de los efectos de la pandemia sobre la fuerza de trabajo y el desarrollo económico, es preciso movilizar al sector privado, tanto a nivel nacional como internacional, para que aporte recursos. Se requerirá una movilización sin precedentes de recursos para ayudar a los países en desarrollo a romper el círculo vicioso de pobreza-SIDA-pobreza y para dar al mundo una mejor oportunidad de domeñar la pandemia.

5. El nuevo desafío del SIDA

La estrategia mundial contra el SIDA constituye un marco de política para los esfuerzos nacionales e internacionales encaminados a prevenir la infección por el VIH, asistir a los millones de hombres, mujeres y niños ya afectados, a fin de mitigar las repercusiones de la pandemia sobre los individuos y la sociedad; y movilizar acciones éticas, sostenibles y concertadas contra la epidemia. Basándose en los conocimientos actuales sobre el SIDA y su agente causal, el VIH, así como en los años de experiencia práctica, la estrategia mundial propone hacer frente a los nuevos desafíos de la pandemia en evolución mediante las siguiente medidas:

Los principios en los que se apoya la estrategia mundial son valederos para todas las partes interesadas que intervienen en el esfuerzo mundial contra el SIDA: países desarrollados y en desarrollo, autoridades gubernamentales y grupos no gubernamentales, científicos y legos, organizaciones e individuos. Pero la estrategia mundial sólo será útil en la medida en que constituya la base para una acción inmediata. El desafío que afrontan todos los gobiernos estriba en otorgar a los programas naciones contra el SIDA su apoyo inmediato y un compromiso político ininterrumpido bajo el liderazgo del jefe de Estado. Es imprescindible formular o actualizar un plan de acción que sea compatible con la estrategia mundial y describa las medidas que debe adoptar cada sector afectado por la pandemia. Es imprescindible que el programa nacional contra el SIDA sea coordinado por un comité multisectorial dotado de verdadero poder de decisión y dirigido por hombres y mujeres dueños de una amplia visión. Hay que conseguir la colaboración de los sectores privado y no gubernamental en calidad de socios.

Aún queda por resolver el ingente problema de los recursos humanos y financieros. El abismo que existe entre los recursos disponibles y los que se necesitan se ensanchará conforme avance la pandemia; para salvarlo, será preciso identificar recursos dentro de los presupuestos nacionales, mientras la comunidad internacional de donantes responde para atender las demás necesidades.

Debemos actuar con valor y urgencia en interés de la supervivencia común. Cada día que pasa, el VIH siega miles de vidas. La única actitud posible frente al nuevo desafío del SIDA es la solidaridad mundial

N   Serie OMS sobre el SIDA Precios (francos suizos)

1

(1988)

Directrices para el establecimiento de un programa nacional de prevención y lucha contra el SIDA

(iv + 28 páginas)

8.-

2

(1990)

Guía de métodos eficaces de esterilización y desinfección contra el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), 2ª ed.

(iv + 13 páginas)

4.-

3

(1988)

Directrices para la asistencia de enfermería a las personas infectadas por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH)

(iv + 44 páginas)

9.-

4

(1990)

Vigilancia de los programas nacionales de prevención y lucha contra el SIDA: principios rectores

(iv + 27 páginas)

8.-

5

(1990)

Directrices para planificar el fomento de la salud en la prevención y lucha contra el SIDA

(iv + 73 páginas)

14.-

6

(1990)

Prevención de la transmisión sexual del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH)

(iv + 27 páginas)

8.-

7

(1990)

Directrices sobre el SIDA y los primeros auxilios en el lugar de trabajo

(iv + 12 páginas)

4.-

8

(1991)

Directrices para la labor de consejo sobre la infección y las enfermedades causadas por el VIH

(vi + 50 páginas)

11.-

9

(1992)

Normas de bioseguridad para laboratorios de diagnóstico e investigación que trabajan con el VIH

(iv + 29 páginas)

8.-

10

(1992)

La educación sanitaria escolar en la prevención del SIDA y de las enfermedades de transmisión sexual

(iv + 79 páginas)

18.-

11.

(1993)

La estrategia mundial contra el SIDA

(v + 23 páginas)

9.-

Para más detalles sobre estas u otras publicaciones de la OMS, sírvanse dirigirse a Distribución y Ventas, Organización Mundial de la Salud, 1211 Ginebra 27, Suiza.

* Para los países en desarrollo se aplicarán precios equivalentes al 70% de los que figuran en esta lista.